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ESTADISTICAS DEL PLANETA

lunes, 29 de noviembre de 2010




LA ENTREGA AL SER SUPERIOR




Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya, (Lucas 22.42).

Jesús ha aprendido a diferenciar entre los deseos de su ego y la voz del Padre, del ser superior. Eso es lo que debe hacer todo yogui, tarde o temprano. Tras empezar a reconocer la voz silenciosa del Divino en nuestro corazón, surge el conflicto de intereses entre lo que nuestro ego desea y lo que la voz interna nos indica que hagamos. El diálogo del Bhagavad Gita representa este conflicto interno entre el individuo (Arjuna) y la voz del ser superior dentro de él. “Bhagavad Gita” significa “el canto del Señor” - ésa es la música de nuestro ser más elevado, que oímos dentro de nosotros cuando acudimos a él en busca de guía, tal como hizo Arjuna, frente a los desafíos que nos presenta la vida.

Dice Krishna:
Cuando tu mente esté confusa por la controversia de tantas escrituras contradictorias, deberás concentrarla en la contemplación divina: así alcanzarás la Meta Suprema del Yoga, (Bhagavad Gita II.53).

En nuestro avance espiritual tarde o temprano habrá que elegir entre dos caminos, y tomar partido por los deseos inmediatos del “yo”, o bien por las indicaciones de nuestro ser superior:
  
Ninguno puede servir a dos amos; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas, (Mateo 6.24):

Las “riquezas” es la gratificación inmediata de los sentidos físicos, que nuestro ego persigue incesantemente, normalmente a costa de ignorar las llamadas de nuestra Divinidad interna. Estos placeres no son negativos en sí mismos, pero son pobres sustitutos para el gozo divino que nos aguarda en nuestro interior. La paradoja del Yoga o de cualquier disciplina espiritual es que suponen un esfuerzo y en cierto modo un sacrificio, pero el resultado que obtenemos tras ellas nos colma de paz y gozo. Y las riquezas nos atraen y gratifican, pero finalmente nunca nos dan lo que en realidad buscamos. De modo que lo más atrayente no es lo que nos va a dar la felicidad. Por eso los Siddhas decían que “nuestra felicidad en la vida es directamente proporcional a la cantidad de auto-disciplina que tenemos”. “Auto-disciplina” no sería castigarse de forma masoquista, sino nuestra capacidad de redirigir nuestras energías siguiendo las intenciones de nuestro ser más elevado. En nuestra vida, entonces, puede haber dos amos, dos señores que nos dirigen: o bien nuestro ego o bien nuestro ser superior.

Algunos comentaristas cristianos han malinterpretado la filosofía india al pensar que trata de aniquilar la individualidad y renunciar a la vida. La disciplina yóguica no trata de anular a la persona, sino de anular al ego, nuestro pequeño “yo”, enfrascado en sí mismo y en obtener sus pequeños y transitorios goces. Este mismo proceso de trascender el ego es el que realizan los místicos cristianos (y los místicos de diferentes tradiciones religiosas) y al llevarlo a cabo atraviesan la llamada “noche oscura del alma”. En ella se van abandonando los diferentes impulsos que no están en sintonía con nuestro propósito más elevado, se van soltando las partes de nuestra personalidad, nuestros gustos y apetencias, a veces muy familiares y queridos, que no responden a la voz de nuestro ser superior:

Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtatela. Es mejor para ti entrar en la Vida manco, que ir a la gehenna con las dos manos, al fuego inextinguible, (Marcos 9.43).

El fuego inextinguible es el fuego del deseo, de la búsqueda del gozo en experiencias de los sentidos, que nunca acabarán de saciar esa necesidad interna de plenitud. El pecado es el error de buscar ese gozo fuera de nosotros, olvidando el Reino interno de Dios. La “gehenna” era un lugar al sur de Jerusalén donde se quemaban las basuras y los cadáveres de criminales y animales muertos (algunos comentaristas espirituales del Budismo, del Yoga y de otras tradiciones describen el sufrimiento que experimentan tras la muerte las almas que desarrollaron grandes adicciones en su vida, cuando, en planos sutiles inferiores, buscan infructuosamente satisfacer esos densos deseos físicos. Quizá estas experiencias dieron lugar a la creencia del infierno; pero ninguna experiencia material o sutil es eterna; lo único eterno es el Ser, el verdadero creador de todas las experiencias).

Krishna manifiesta en el Gita una idea similar respecto a los deseos:

El deseo encuentra cobijo en los sentidos y la mente del hombre. Tras lo cual enturbia la sabiduría, produciendo así la ceguera del alma. ¡Oh, Arjuna! Controla tus sentidos, eliminando tus deseos impuros; pues son los destructores de la sabiduría y la visión espiritual, (Bhagavad Gita III.40-41).

Anular el ego y sus impulsos es trascender nuestra completa identificación con nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestros sentimientos, empezando a salir de la prisión del pequeño “yo”, y descubrir un “Yo” superior, consciente, gozoso e omnipresente. Las limitadas características propias del “yo”, lo que algunos llaman “personalidad”, no son sino los barrotes dorados de una pequeña prisión, que aunque querida, por ser tan familiar, no deja de ser una condena que nos impide experimentar nuestra verdadera naturaleza. Este pequeño “yo” no puede ser aniquilado atacándolo directamente; más bien, a través del contacto repetido con el ser superior, el “yo” es paulatinamente transformado y absorbido en el Yo más elevado:

El Yo es amigo del yo en aquél cuyo yo inferior ha sido conquistado por el Yo superior, pero en el caso de aquél que no ha conquistado su yo, su yo es enemigo de sí mismo, (Bhagavad Gita VI.6).

Los Evangelios muestran dos momentos en los que Jesús fue tentado: la primera vez en el desierto, tras retirarse allí durante cuarenta días, y la segunda vez en el huerto de Getsemaní, antes de ser crucificado. En ambos casos se enfrentó a la disyuntiva de buscar su propio beneficio o seguir la voluntad divina, y en ambos casos optó por la entrega al ser superior.

Jesús, como maestro, escenificó el dilema que se nos presenta a todos en nuestro crecimiento espiritual. Probablemente las circunstancias de nuestra vida no sean tan dramáticas como las de Jesús, ni tengamos que afrontar desafíos como los suyos. Sin embargo, todos tenemos un trabajo que hacer en nuestra encarnación, lo que en India se llama “dharma”. Al contactar con él mediante la práctica espiritual, nuestro ser superior nos guía hacia aquello que debe ser realizado. Las circunstancias que nos rodean, las circunstancias de nuestra propia vida, son exactamente las que necesitamos para evolucionar en este momento. Seguir nuestro dharma, nuestra deber, es llevar a cabo las tareas que tenemos asignadas, no sólo por las circunstancias externas que vivimos, sino también por nuestro ser real, nuestro propio ser.

Jesús les dijo: Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra, (Juan 4.34).

No importa si nuestro trabajo es importante o no, trascendente o no. Lo importante es su correcta ejecución, en la medida de lo posible, y la actitud de entrega y devoción con la que es realizado:

Es mejor cumplir el propio dharma, aunque sea de manera imperfecta, que cumplir bien el dharma de otro. El que lleva a cabo la acción que le corresponde por su propia naturaleza no incurre en culpa. No hay que renunciar al deber impuesto por el propio nacimiento, aunque sea defectuoso. Porque toda actividad está envuelta en defectos, como el fuego por el humo, (Bhagavad Gita XVIII.47-48).

El sabio no debe confundir la mente de los ignorantes que actúan apegados al resultado de sus acciones; más bien, debe ejecutar sus acciones con desapego y devoción y así estimularlos a que hagan lo mismo, (Bhagavad Gita III.26).

La paz de la entrega

La entrega a la Divinidad, al ser superior, nos libera de mucho sufrimiento. En nuestra sociedad occidental siempre buscamos controlar al máximo las circunstancias que nos rodean, guiados por nuestros deseos. Por eso siempre estamos preocupados por algo, pues siempre hay algo que se escapa a nuestro control, o surge un nuevo deseo que satisfacer. La consciencia divina atrae los recursos que realmente necesitamos para nuestra vida, y nos guía para emprender las acciones que realmente deben ser emprendidas. La entrega de todo lo demás a esa voluntad divina es un acto de liberación que nos permite soltar lo que en realidad son ataduras que nos impiden disfrutar de nuestro ser real.

No os angustiéis por vuestra vida, qué vais a comer; ni por vuestro cuerpo, qué vais a vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad a las aves del cielo: no siembran ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros, con su inquietud, puede añadir a su estatura un solo codo? Y del vestido, ¿Por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo, no se fatigan ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo que hoy es y mañana se echa al fuego, ¿no hará nada más por vosotros, hombre de poca fe? No os inquietéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos? o ¿qué beberemos? o ¿cómo vestiremos? Por todas esas cosas se afanan los gentiles. Vuestro Padre celestial sabe que las necesitáis. Buscad primero el Reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura, (Mateo 6.25-33).

“Buscar primero el Reino y su justicia” significa buscar primero el contacto y la inspiración con nuestro ser superior, cuya guía necesitamos para nuestra vida. Una traducción de “dharma” sería “lo correcto, lo justo”. Por eso habla Jesús de buscar el Reino de Dios y “su justicia” - buscar la conciencia divina y a partir de ahí comprender aquello que es lo correcto, lo que debe ser realizado, lo justo.

De ahí comprendemos que nuestro primer deber, nuestro primer dharma como seres humanos es buscar la Divinidad y su estado de consciencia superior. Lo demás vendrá por añadidura. A partir de ahí, actuando desde la influencia divina y siguiendo su inspiración, nos convertimos, con nuestros actos, en “la sal de la tierra”, en el elemento divino dinamizador de toda la creación. De otro modo, la vida del hombre es una mera supervivencia.

Vosotros sois la sal de la tierra; si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para que sea arrojada fuera, sea pisada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada en la cima de un monte no puede ocultarse. No se enciende una lámpara y se pone debajo del celemín, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres, que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos, (Mateo 5.13-16).


Los santos y las personas de realización espiritual han dejado una gran huella en sus obras, transformando la sociedad en la que vivieron, pero no desde su ego, sino desde su consciencia superior. Y Jesús nos enseña que todos podemos hacer lo mismo, pues la Divinidad está igualmente presente en cada uno de nosotros. Sólo hace falta el esfuerzo de contactar con Ella y entregarnos a sus designios, que son los de nuestro propio ser.


En verdad, en verdad os digo que el que cree en mí hará las obras que yo hago, y las hará aún mayores, (Juan 14.12).
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